Por Alberto de Jesús (Editorial de la revista de agosto’25)
En la España de hoy, donde las tradiciones populares conviven con una
sociedad cada vez más sensibilizada con los derechos de los animales, los
‘bous al carrer’ siguen generando una fuerte controversia. A pesar de las
críticas, estos eventos no solo persisten, sino que, en muchos pueblos, se revitalizan
como parte fundamental de su identidad cultural y su calendario festivo. Ya cada
año va a más, sin que ni los políticos ni las corrientes contrarias puedan hacer nada.
Los ‘bous al carrer’, con sus múltiples variantes como el toro embolado, el toro
ensogado o el encierro por las calles, tienen raíces centenarias, e incluso milenarias.
Para sus defensores, representan mucho más que un simple espectáculo: son una
expresión viva del patrimonio cultural de su pueblo, su región, o su país, una forma
de cohesión social y un motor económico para las localidades que los celebran.
Fiestas como las de Vila-real, Almassora, Arganda, Sanse, Benavente, Coria, Morella
o Dénia, etc, reúnen a vecinos y visitantes, generan actividad hostelera y fortalecen
un sentimiento de comunidad difícil de replicar por otros medios. Y aun digo más,
todo esto bien planificado, daría para mucho, pero mucho más. Tiempo al tiempo.
Sin embargo, la actualidad española no puede obviar que vivimos en un momento
de cambio cultural profundo, donde los valores sociales evolucionan hacia una
mayor conciencia animalista. Las imágenes de toros heridos o desorientados, así
como los accidentes humanos en estos festejos, alimentan un debate intenso sobre
la legitimidad de su continuidad. Algunas comunidades autónomas han limitado o
regulado estrictamente estas prácticas, mientras otras las protegen como bien de
interés cultural. Pero sin embargo la hipocresía paralela de los noticieros voceros,
ocultan muchas más muertes y accidentes que ocurren en otras actividades lúdicas,
como en los ahogamientos o deportes como el montañismo, motos, bicis, patinetes,
incluso haciendo running.
El punto de inflexión es claro: ¿cómo armonizar el respeto por las tradiciones con
los principios éticos del siglo XXI? La respuesta no es sencilla ni unívoca. Pero lo
que sí es evidente es que el futuro de los ‘bous al carrer’ dependerá del diálogo,
del respeto mutuo y de la capacidad de encontrar fórmulas donde la cultura no
signifique sufrimiento. O sea, negociar con los políticos y demás para llegar a
acuerdo de mantener la tradición, cediendo en algunas cosas seguro.
En un país diverso como España, donde cada región celebra lo suyo, de manera
diferente, incluso en los reglamentos taurinos, pero siempre con orgullo, el desafío
está en construir puentes entre el pasado y el presente. No se trata de borrar la
historia, sino de repensarla. Si la fiesta ha de continuar, tendrá que hacerlo desde
la responsabilidad, la seguridad y una reflexión colectiva sobre sus límites, pero sin
tocar el contenido, ni siquiera en del toro de la vega en su versión original.
La frase: El alma de un pueblo no se mide solo por sus tradiciones, sino también
por su capacidad de revisarlas.
